18.10.08

desencanto .

Cuando dijiste aquello de escucharse por dentro creo que tuviste algo de razón. Fue de las cosas más iluminadas que te oí, y cierto es que fueron muchas. Después de los meses de sequía y vagabundez, volviste a aparecer con el semblante un poco menos arrollador, la cabellera rubia más tupida, y los botones un poco más ajustados. Seguías creyéndote imprescindible en mi vida, y yo no hice nada por contradecirte. Un cigarrillo tras otro, hablaste de guerras y fronteras, de pobres no escuchados, de corazones solitarios, y seguiste galopando el caballo de la soberbia (aquel que alguna vez me deslumbró y hoy me da lo mismo).
Hablabas con autoridad, modulabas palabras desconocidas que hubieran dejado absorto al más inocente espectador. Pero yo ya no te escuchaba como antes. Y no es que no ejerciera la acción de oír, porque tus palabras resonaban bastante fuerte entre esas cuatro paredes, sino que había una voz extraña que reclamaba mayor atención. Aún dentro de la escena, pero ya más como testigo que como protagonista, me olvidé de la cerveza mientras tus palabras se iban desdibujando de a poco, hasta terminar siendo un triste fondo de agua sobre las otras palabras (las que venían de adentro). Aquellas que alguna vez me dijiste que escuchara, y que hoy me hicieron dar cuenta que ya no te necesito.

O por lo menos, no te necesito tanto.

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